Zen Garden

Son cosas que suelo hacer cuando nadie me ve, lo aprendí hace muchos años, pienso retomarlo de nuevo.
Asqueado del trabajo, de las horas en la moto, del tráfico de Madrid, de los baches qué me rompen el coxis, de la gente que cruza sin mirar, del querer y no poder, de los 195 Km. que me separan de ti...
Es cuando lleno la bañera, o me voy al parque más solitario lejos de las miradas curiosas de la gente.
Siento y doblo mis grandes piernas, mi rodilla izquierda todavía me avisa de que sin calentar no la debería doblar así, es cuando me digo, hay que hacer deporte, retomar el Karate donde lo deje, en mi mejor época.
El baloncesto me gustaría si lo practicase con camaradería, no con voces, indirectas y técnicas en todos los partidos. Darle al Cesar lo que es del Cesar.
Cierro mis ojos.
Mis manos se funden en una en el punto vital mas complicado, el estomago.
De la oscuridad brota la luz, demasiado intensa para mis retinas así que la obligo a que baje la intensidad.
Ya estoy en mi sitio, el templo de oro perdido entre los bosques del Japón. Mil años de antigüedad sagrada me observan, el bosque de bambú, la brisa entre las hojas, el sonido del agua, las carpas centenarias saliendo a respirar y observándome.
Mis problemas empiezan a evaporarse.
Me centro en el lobo blanco que aparece de la maleza, de la nada, en la otra orilla, el me observa, yo le miro y le sonrió con condescendencia, si, porque en el fondo el es la encarnación de mis temores, de mis demonios y el lo sabe.
Es entonces cuando desaparece, y mi mente crea otra revelación, risas, chistes, conversaciones sobre religión católica, un whisky en mi mano y un bacardi en la tuya, besos, caricias, susurros...estoy en el cielo.
Abro los ojos con esa ultima visión...he conseguido relajarme. Ha pasado casi una hora, para mi un suspiro...es ahora cuando vuelvo a ser feliz con tan poco.
Tus recuerdos, mis recuerdos.